Una investigación encuentra una correlación con la presencia de parásitos y con un peor estado del pez

Algunas sardinas analizadas en la investigación de Marta Coll pasan por medición. M. ALBO-PUIGSERVER, ICM-CSIC

 

Todo empezó cuando el equipo de Marta Coll, investigadora del Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona (ICM-CSIC), buscaba potenciales causas del descenso poblacional de sardinas (Sardina pilchardus) y de anchoas (Engraulis encrasicolus), los dos peces más comercializados en el noreste del Mediterráneo, que representan el 39% de las capturas. Los dos principales culpables ya “muy documentados”, según Coll, son la sobrepesca y el cambio climático. Sin embargo, la tercera fue inesperada: la presencia de microplásticos, partículas y fibras de plástico que no superan los cinco milímetros, en el sistema digestivo del animal.

Un estudio reciente publicado en Marine Pollution Bulletin concluye que más de la mitad de sardinas (58%) y anchoas (60%) llevan estos elementos contaminantes en sus intestinos. “Una próxima etapa es entender qué impacto tendrá para las personas que se alimentan de esos peces”, comenta Coll, una de las autoras del trabajo. Los investigadores han encontrado que la presencia de microplásticos está vinculada con la de parásitos, así como larvas, trematodos y nematodos (un tipo de gusanos), y con un peor estado del pez. “Es la primera vez que demostramos una correlación tan clara entre parásitos y microplásticos en peces”, explica.

Todavía quedan teorías por confirmar sobre este mecanismo. ¿Cuál es el punto de partida? ¿Cómo funciona esta cadena de impactos? “No lo sabemos claramente. Lo que sí está claro ahora es que cuando más microplásticos hay, en peor condiciones están y tienen parásitos”, contesta Coll. Pese a las incertidumbres, la investigadora tiene algunas ideas en mente que puedan justificar dicho proceso. La primera es que los parásitos se hayan posado sobre el plástico y el pez termina por ingerirlo todo. La otra posibilidad se centra en las zonas de los ríos donde hay descarga de basura, por lo que son aguas más sucias y contaminantes y los parásitos viven de ellas.

Un microplástico (en azul) encontrado en una anchoa.

Un microplástico (en azul) encontrado en una anchoa. M. ALBO-PUIGSERVER, ICM-CSIC

 

“Las próximas etapas de nuestro trabajo es entender esta correlación y ver cómo afecta al pez, si mueren más, si pasa al músculo, si por eso son más delgados”, cuenta la investigadora. Una de las grandes inquietudes de la comunidad científica es el impacto que tiene este fenómeno sobre la cadena alimentaria. “Está deteriorada y eso tiene un impacto muy grande. Estos peces son la comida principal de muchos organismos, que sean comerciales o no. Lo que les pasa a ellos, le pasa también a todos las especies que se alimentan de ellos”, insiste la experta.

A Cristina Romera, experta en las consecuencias de la degradación del plástico en el ICM-CSIC, le sorprendió la correlación entre parásitos y microplásticos. “Abre una puerta a nuevas investigaciones para entender el impacto que tiene en los peces y en el ser humano, sobre todo cuando se trata de unas de las especies más comercializadas”, comenta. Para ella, aunque se quite el estómago a la hora de consumir, cabe la posibilidad que parte de ese plástico vaya a los tejidos que sí se comen. “Sería interesante e importante saber si esto ocurre, al igual que si, en su recorrido por el océano, el microplástico ha absorbido compuestos tóxicos”, asevera.

El estudio resalta que las sardinas tienen más probabilidades de tragar microplásticos en el Golfo de Alicante mientras que para las anchoas, la amenaza se sitúa en el Golfo de León. Además, la presencia de microplásticos en el sistema digestivo de los peces no es nada nuevo. En un artículo reciente de Environmental Pollution, unos investigadores españoles publican que más del 65% de las gambas de la costa catalana contienen dichas fibras en su estómago. Cuanto a las anchoas, ya se demostró el año pasado que el 83,3% de las analizadas habían tragado microplásticos en el este del Mediterráneo y, del mismo modo, otro estudio anterior encontró un 90% en el mar Adriático.

Una cadena infernal con difícil solución

El ser humano tira cada año hasta 13 millones de toneladas de plástico al océano, lo que mata a unas 100.000 especies marinas, según las Naciones Unidas. A esta cantidad descomunal se suman esas partículas contaminantes que son imposibles de retirar, al menos, por ahora. La producción y el uso de microplásticos aumenta desde 1950 hasta que alcanzó más de 300 millones de toneladas en todo el mundo en 2017, dato que recuerda el estudio de Marta Coll llevado también por el Instituto Español de Oceanografía (IEO) y el Instituto Francés de Investigación para la Explotación del Mar (IFREMER).

Para Coll, una solución simple no existe: “Pero es obvio que hay que reducir el plástico de un solo uso, que el que consumimos sea lo más esencial y que cuando se tire se gestione bien para evitar que llegue al mar”. Cuando alcanzan las aguas, la cosa se pone muy difícil y Romera lo confirma: “Lo que ya hay en el mar está fuera de control. Solo hemos contado el 1% de plástico, el 99% restante está perdido, en el fondo del mar, en la columna del agua, o en los organismos”. Ahora mismo, lo más factible es poner medidas de control para impedir que el plástico alcance el océano y que empiece esta cadena infernal que pone en jaque tanto la salud del ecosistema como la del ser humano.

Fuente: elpais.com

Fuente foto portada: Econoticias